Sumario: | El terrorismo de Estado de la última dictadura instaló el secreto como modo de (re)producción de su plan de refundación de la sociedad argentina. Se trató de un secreto particular, combinando lo que sucedía en las catacumbas de la ciudad con su publicidad, lo que a priori se opondría al secreto. Su objetivo, al mismo tiempo que la desorientación de quien no sabía exactamente qué estaba sucediendo, era el amedrentamiento, la mostración a medias de cuál era el destino de las resistencias o de las averiguaciones sobre lo sucedido. Una novela que elaboró densamente estas problemáticas es El secreto y las voces (2002), de Carlos Gamerro. En este artículo propondré la hipótesis de que una de sus ideas fuertes, la de que no hace falta callar para ocultar, en caso de suponer el develamiento final de un secreto, es un modo metafísico de pensar la cuestión. En cambio, como su pensamiento impensado, considero que la novela se abisma hacia algo mucho más denso: la pared de palabras, signos e imágenes como forma de gobierno contemporánea.
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